El La escritora rusa Elena Rzhevskaya tiene hoy 85 años y esperó más de 60 para que la censura soviética le permitiera publicar la macabra historia que le tocó vivir al finalizar la II Guerra Mundial. Elena fue parte del ejército ruso que saqueó Berlín en 1945 y la encargada de llevar a Moscú la única prueba irrefutable de la muerte de Hitler: su dentadura.
Con 25 años y un inmaculado uniforme verde y rojo, Elena trasladó -en una misteriosa cajita de perfume forrada de satín rojo- el mayor secreto del mundo: la mandíbula y los dientes de Hitler recientemente arrancados de su cuerpo quemado.
Stalin había ordenado ubicar al dentista del Führer y conseguir una prueba absoluta de que el cuerpo exhumado cerca de su búnker era el verdadero.
Elena fue una de las primeras en entrar al búnker y vió los restos quemados de Hitler y su esposa Eva Braun. Como hablaba fluidamente alemán, se le ordenó examinar rápidamente los documentos secretos encontrados en el refugio. Su tarea era encontrar a Hitler y demostrar que estaba muerto, porque algunos rumores aseguraban que había logrado fugarse de Berlín.
Los patólogos no podían confirmar de modo concluyente que se trataba del cuerpo de Hitler. Pero como se habían conservado todos los dientes, Elena recibió la orden de buscar al dentista de Hitler en medio de las ruinas de Berlín. Encontró a Katchen Heusermann, asistente del dentista de Hitler, y a Fritz Echtmann, su técnico, que fueron detenidos. Ambos confirmaron que las coronas de oro y los puentes en los dientes coincidían con los del líder nazi y entregaron archivos que ratificaban sus dichos.
Elena tuvo entonces la tarea de trasladar de Berlín a Moscú la preciada prueba que envolvió y guardó en una caja de perfume forrada de satín rojo. Sólo ella, Stalin y sus dos superiores inmediatos sabían lo que llevaba. No debía decirle a nadie qué contenía la caja y debía tenerla consigo en todo momento. Durante esos intensos días de 1945 Elena tenía en sus manos el mayor secreto del mundo conciente de que podía esperar ser arrestada, llevada a la sede de la policía secreta soviética y poner en juego su vida si la caja se perdía. Stalin ordenó que se ocultaran las pruebas de que se había encontrado a Hitler.
Quería que occidente creyera que Hitler podía seguir vivo, y que el pueblo soviético pensara que el mundo capitalista le había dado refugio al Führer. Los restos de Hitler -aparte de su maxilar, cráneo y un fragmento con un agujero de bala que aún hoy estan en Moscú- fueron llevados y enterrados en secreto bajo cemento en una base militar de Alemania Oriental.
Sin los dientes, en los días anteriores a las pruebas de ADN, quizá nunca hubiese habido pruebas concretas de que Hitler estaba muerto.